sábado, diciembre 23, 2006

Hablar sin palabras

Conozco esa mirada, esa sonrisa.
Se que deseos hay tras de ellos,
se que al mirarme sabes que se
que es lo que piensas.


Leve inclinación de los labios carnosos
que suavemente dejan asomar las perlas.
Ojos fijos, que no huyen, que saben lo que
quieren decir.


Quiere ser un lenguaje oculto,
mas imposible es de ocultar.


Sonrisa infantil, leve.
Sonrisa de ingenuidad en la faz
del corazón loco, juguetón.


Jugamos con el destino,
miramos a traves de las hebras
de las parcas, tensando con cada mirada los hilos
jugando con el qué pasará. Que nota sonará.
No los conformamos con la simple existencia sino
que queremos danzar al son de nuestra musica.


Arqueando la curvatura de la comisura de tus labios
sonriendo asi, cuando solo sonries así, como yo solo se
que lo haces.


Así escucho tus palabras,
aunque esten perdidas en el silencio.

Sonata debil

Yo quisiera pintar un paisaje
con sonoros pinceles y divina pintura.
Un paisaje rifeño y salvaje
entrañado en el seno de la vasta llanura.


Un paisaje en un lienzo dorado
con matices del alma, de pasión y armonía.
Un paisaje espontáneo, pintado
en la clave sencilla de una extraña poesía.
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El desierto es profundo.
Sobre la prada arena,
la figura serena
de un viejo errabundo
contempla distancias de amor y de vida.
Parece que tiene la melancolía
del día que muere para que otro día
el espacio cuente y la tierra mida.


Inclina de pronto su enjuta cabeza.
Parece que al suelo mira con tristeza
y el suelo refleja su fisonomía.


La distancia gris ¿dónde se termina?
La vida allí empieza; mas ... ¿dónde?

Parece que el mismo silencio responde
palabras confusas casi de rutina.


La irada oblicua de todos los viejos
suele ser torrente de filosofías.
Sus ojos parece que tienen estrías;
parece que vienen rodando de lejos, muy lejos,
mirando el paisaje de todos los días.


La vida es tedise, mortal, aburrida,
y el mundo, monótono y lento.
Yo me moriría de pena enseguida
si Dios no me hubiera dado el pensamiento.


Y el anciano triste, y el anciano humano,
deja que su frente se apoye en su mano.


A su lado tiene una mole inmensa.
El casco granítico y bruto del monte...
Mira a la atalaya...Vive, porque piensa...
Transcurre a su frente el lejano horizonte,
lento, inanimado. Y en la arquitectura
simple de la vida, fallece la extensa,
monótona y triste llanura.


El sol se desgrana.
Labóveda azul se derrumba,
sirviendo la arena tostada africana
como negra tumba
del día que empieza con cada mañana.


Y ante la verdad tangible, mayúscula, inmensa,
el alma fecunda del desierto agreste
mira la armonía del mundo celeste,
y el anciano, triste y monótono, piensa...


¿Dónde está el amor? ¿Y dónde el concierto
en que se producen las ansias más bellas?
Ahora parece mi alma un desierto
sembrado de estrellas.


Ah , la juventud... no es cuando se hace
la vida inconsciente.


Es cuando en el alma el amor se siente
que nace.
Cuando el pensamiento mata a la distancia,
y la inteligencia
extrae del espíritu la lírica esencia,
la dulce sustancia,
la suave fragancia
de nuestra existencia.


Y el viejo rdo cayó en la arena
como rendido.
Llegó al cenit la luna llena,
miró al anciano, lo vió dormido...

miércoles, diciembre 13, 2006

Allegro

El cielo del Rif, africano,
es como los bosques de la Alhambra mía.
Un poema etéreo lleno de poesía
dormido en un pentagrama shbertiano.


Yo preveo en mi alma un salvaje instinto
de melancolía y de amor brutal.
Es un pensamiento bello y musical
que me hace intangible y étereo, distinto...


...Paciendo mi pábulo azul y sublime
con la musiquilla de la dulce brisa.
Parece la caja de violín que gime
cuando le pronuncia el arco una sonrisa.


Parece el crujir de os cascos de plata,
parece el batir de las líricas alas
de los fabulosos centauros del sol,
piafando armonioso la etérea sonata,
pasando trotando todas las escalas
ultrasiderales de un verso del alma en bemol.


Parece que suavemente beso
unos labios rojos de rojo carmín,
y en mi alma luego se me queda impreso
el místico beso brujo de un violín.
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En Granada toda mi alma rifeña
y en el Rif etéreo mi alma granadina
vive porque ama, ama porque sueña
una causa ignota, sublime y divina.

domingo, diciembre 03, 2006

Érase una vez un castillo que soñaba,

Érase una vez un castillo que soñaba,

Este castillo no era como los de más, era hijo de mil y un arquitectos, moriscos, cristianos y de mil culturas más. Este castillo podría estar en cualquier punto de España, pero este castillo realmente existe y vive en el alma de cada uno de ellos.


Él aún recordaba como pequeñas hormiguitas, los hombres, subieron piedra a piedra con sudor toda una montaña antes de divisar aquella colina, ¡Cuántos mulos, yeguas y pollinos subieron la empinada cuesta! Y tras mil y un sufrimientos, azotados por las incursiones enemigas, en el tiempo que una golondrina hace su nido, se alzó majestosa aquella atalaya.


Bien lo recordaba, primero la atalaya morisca, después fue la torre del señor cristiano, más tarde el patio. Porque él era castillo más suntuoso en su época y ahora, aunque arruinado, es el único que resiste en la región.


Qué daría él por poder saludar a la torrecita que había en la loma del pueblo de al lado, de la que tantas veces antaño se había reído. Que ilusión habría sido volver a ver un caballo entrar por la muralla del pueblo.


Nuestro castillo se dedicaba todo el día en recordar y recordar, y recordando se le venia a la cabeza aquella vez en que le conquistaron, y como sin que los mismos franceses lo supieran. Él mismo abrió un poco el ala sur y apareció un pasadizo secreto y para así poder ser reconquistado.


También recordaba las grandes historias de amor que en su precioso patio de mármol tuvieron lugar, o las memorables escaladas que a algunos atrevidos llevaron al lecho de alguna perversa doncella.


Pero ya hacía tiempo en que todo aquello había pasado, y ahora sus dueños habían decidido abandonarle. La señora, (¡¡¡que horror de señora!!!), tenia la fijación de que ese castillo era frió y anticuado y que ahora la nobleza vivía toda en la capital. ¡Como si en la capital fuese haber patios labrados más bonitos que el suyo!, o ¡como si alguien fuese a preferir a las estrellas de la noche serrana a las de las huidizas estrellas de la ciudad!.


Desde luego, era algo que él no podía comprender. ¿Quién querría irse de allí? Al fin y al cabo ¿él no los protegía de las mil y una guerras que acechan el mundo?, ¿qué casa o palacio podía existir mejor que él?, que en si mismo era una obra de arte; pensaba al mirar los fantásticos lienzos y tapices que había en sus salones.


¡Aquella señora era una bruja!, no podía ser otra cosa, qué ser sino querría desearle tanto mal.


Poco a poco, aquella, le fue robando todos sus tesoros, y nuestro castillo fue cayendo en la melancolía.


Aún se contentaba viendo su patio barroco, saludando a las nubes, a la Luna y al Sol. Asomándose a sus grandes balcones. Y día a día, noche a noche, el castillo se fue aletargándose y comenzó a descuidar su aspecto.


Dejó que mil plantas entrasen en él, y que la gente le robase sus muros, piedra a piedra. A nuestro castillo ya todo le daba igual, solo vivía para mantener impoluto y a salvo su precioso patio de mármol.


Todo hacía que pensar, que este día iba ha ser como otro día cualquiera, el sol salía por el este, la luna se ponía por el oeste…. pero no iba a ser así, un extraño hombre con extraña indumentaria abrió el portalón.


¡Qué bien!- pensó nuestro amigo. Después de tanto tiempo alguien se volvía a interesar por él. Decidió impresionarle y pidió al roció que limpiase cada escultura y relieve de su patio. Aquel extraño personaje debía de adorarlo tanto que tendría que quedarse allí a vivir.


Y al entrar el humano en el patio…. Se quedo paralizado, como si su alma hubiese abandonado su cuerpo y un demonio usase ahora sus huesos. Recorrió durante una hora aquel patio, deteniéndose en cada grabado en cada figura.


El castillo maravillado, al irse el visitante quedó más que satisfecho.


Tres días más tarde sucedió la tragedia. Temprano, volvió a ver a aquel extraño ser subir por la cuesta, pero segundos después, mil dragones y bárbaros asomaron tras de él. Impunemente entraron en sus entrañas y seccionaron pieza a pieza su fabuloso patio de mármol. ¡Donde estaban ahora todos sus caballeros para defenderle! ¿Quién era aquel demonio que le robaba lo único que quería y quedaba? ¿Dónde se hallaba ahora su orgullo?


Sus suplicas se oyeron en todo el valle, y como veía que nadie venia en su ayuda decidió sacrificar su torre este lanzándola sobre aquellas bestias. Pero todo fue inútil.


Al anochecer del tercer día, ya solo quedaban columnas desnudas en su patio. La ira le arrebato la razón. Desde entonces cada vez que alguien se adentraba en sus dominios, llamaba al viento para que ululase por sus pasillos… llamaba al rayo y al trueno para espantar a los intrusos, reclutó mil murciélagos, búhos y ratones para ahuyentar a todos los humanos. Pero así solo consiguió quedarse aún más solo. Ya en el pueblo no le respetaban y admiraban como antaño. Ahora le unían. Nadie quería vivir cerca del castillo maldito y dejaron de mirar arriba de la colina.


Así de puro aburrimiento nuestro castillo calló dormido profundamente….


Al principio todo era oscuridad, era la primera vez que nuestro castillo dormía ya que siempre, aunque aletargado, había estado alerta.


Un día, unos niños, se adentraron en el castillo. Al principio con miedo, pero al ver que el castillo dormía, se fueron adentrando pasito a pasito al principio, como el que acecha a una feria salvaje, pero una vez dentro perdieron el miedo.


Pronto los niños tomaron confianza y se pusieron a jugar entre sus almenas y pasadizos. Unos hacían de reyes, otros de caballeros, moros, cristianos, mosqueperros, magos y princesas. El castillo fue haciéndose el lugar preferido de juegos de la pandilla.


Al poco tiempo, el castillo abandono su oscuridad onírica para adentrarse en un mundo de color, los juegos de los niños se convirtieron en realidad dentro su mente. Otra vez veía caballeros luchando cuerpo a cuerpo entre sus almenas, princesas, brujas y hadas, doncellas, donceles…por fin conoció al gran mago Merlín y al rey Arturo, pero de pronto despertó. Aquellas visiones no eran más que el fruto de los juegos de aquellos chiquillos.


Aprendió a querer a aquellos niños que le habían enseñado a soñar y jamás permitió que les pasara nada. Cinco mil días pasaron, hasta que aquellos niños abandonaron el pueblo, pero aquellos niños le habían dado el mayor regalo, los sueños.


Ahora, ya se no aburría nunca, de cuando en cuando soñaba que era un castillo en el aire y viajaba por todos aquellos lugares que siempre soñó ver. Otras veces soñaba en ser estrella de cine, como el castillo de la cenicienta. En alguna ocasión soñó con sus padres, cuando paseaba sobre sus pasillos.


Pero si duda alguna su sueño favorito era el de ver otra vez a aquellos niños jugando entre sus almenas.


Desde entonces, solo los niños y jóvenes audaces eran admitidos en el castillo de los sueños.


Pero un día, alguien se acerco a al portaron. Parecía una persona mayor, pero….era extraño. Tenía ojos de niño. Una ráfaga de viento le empujó hacia dentro y paso a paso el niño adulto fue recorriendo cada estancia del castillo, y a cada paso una lágrima caía en su corazón. El chico parecía ver fantasmas en cada rincón. Veía cosas moverse, risas de niños.


A la salida ambos, castillo y hombre se miraron por última vez aquel día. Le a había reconocido, aquel hombre no era un hombre, era uno de los niños que crecieron entre sus paredes.


Días más tarde, volvió a verle subir la cuesta, y tras el, otros mil dragones le siguieron. Pero él sabía que esta vez todo sería distinto. Aquel niño-hombre sufría tanto como él al ver su ruina y el niño no podría hacerle daño sin repudiar su alma antes.


Los dragones se convirtieron en ángeles que repararon cada una de las heridas que el tiempo, las guerras y los desalmados le habían causado. En apenas un suspiro el mismo se sentía haber vuelto a nacer.


Ahora contaba con muchas más cosas. Una gran biblioteca donde leer y cultivarse (dentro de poco hasta las universidades tendrían que respetarle), una gran comedor lleno de suntuosas mesas y al fondo un magnifico piano de cola. Pero lo que más ilusión le hizo es sentir de nuevo gente dormir en sus entrañas.


Otros sueños aprendió, y mil parejas conoció, en aquel, su palacio por un día.


Pero algo afligía todavía al castillo dentro de toda aquella felicidad, nunca pudo dar las gracias al niño-hombre por aquel regalo tan maravilloso que le había dado. De esta manera, un día que este se dirigía a hacia sus aposentos, él entre abrió la puerta de la biblioteca, invitándole a entrar. El hombre fijo sus ojos en el hilo de luz que de la biblioteca emanaba y se decidió a entrar.


Vio, que la lumbre estaba encendida, y la luz eléctrica apagada. Sin saber porque, el hombre se dirigió a su sillón, frente a la lumbre y se dispuso a sentarse. Pero había un libro en el sillón. Un libro que nunca había visto antes, en el lomo decía…. Castillos de Leyenda. Cogió el libro por la página por la que estaba abierta y se sentó.


Comenzó a leer el libro, y vio que el capitulo hablaba de un castillo encantado. Y encantado quedó el hombre y poco a poco, página a página el libro fue robándole la conciencia y justo antes de caer en el mundo de los sueños, el castillo le susurró…


“Érase una vez un castillo que soñaba…”


Si alguna vez lees esto y despiertas en un castillo, realmente no lo leíste, sino que el castillo te habló en sueños, como a mí me pasó.


Pmisson