jueves, abril 05, 2007

Canto

A Julio Alfredo Egea Reche,
poeta y amigo


Hermano,
tu eres un proyecto
tangible y perfecto,
sensible y humano
de la talla etérea de los superhombres.

Te faltaron nervios, te faltaron nombres
para que del plano
del sumo arquitecto
se te levantara
sobre las cabezas de todos los hombres
la mole correcta de tu alma preclara.

Inclito atavismo,
feraces parcelas, ubérrimo predio
apto para todo lo que sea cultivo;
tú naces de ti, de ti mismo,
pero poco a poco te mueres de tedio
repasando pliegos de tu viejo archivo,
semiadormecido cerca del abismo.

Yo me siento lleno de fervor salvaje
por las agonías de tus primaveras.
Quisiera violar tus cercadas postreras
y en mi caluroso y sentido homenaje
hacer que tus musas sean jardineras
que de tus jardines quiten el follaje.
Las musas querrían, si tú lo quisieras...

Las flores del alma, tenues, sensitivas,
las rosas fragantes de esencias divinas,
han nacido para que tú las escribas
y después te claves todas sus espinas.

Tú eres un concepto, tú eres una idea
del azul celeste, del etérno mudo.
Desde los peñascos de mi islote rudo
miro tu grandeza que se balancea
sobre los espacios... Y en nombre de Dios te saludo
bajo el infinito, Julio Alfredo Egea.

... Y en esos espacios hay cuatro universos
preñandos de cisnes, de luz y armonía,
destilando, uno por uno, los versos
que encadenan toda tu eterna poesía.
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¿El amor existe? ¿Existe la calma
bellamente bella del alma poetisa?

Aveces pregunto lo mismo, y el alma
del éter constela en sus labios la tenue sonrrida
virginal y dulce, amorosa y leve de la Monna Lisa.

Pues tí esa sonrisa la tienes pintada
con óleos de fuego y hiel en tu versos.
Parece una triste sonrisa forzada
de labios sin vida, extasiados, tersos,
que pertenecieron a boca dejada
antes de que fuera con amor besada...

En el éter ruge todavía el leopardo
que custodia todas tus constelaciones.
Sobre cada estrella ha nacido un nardo
de los que se ajaron entre los renglones
musicalizados de tus ilusiones.

... pero en cada pétalo puede que se esconda
pincelando siempre tu mustio Leonardo
la sonrisa amarga de tu otra Gioconda.

Y hasta a veces pienso que el destino adverso
segó tus jardines, y con siemprevivas
fustigó esos labios, para que en tu verso
el verdor amargo de la savia escribas.
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Hermano,
desde los peñascos de mi islote rudo
entre el infinito vertical me pierdo.
Mustia un rugido el león africano
y armoniosament, fervoroso y mudo
dejo que acaricie la onda del recuerdo
mi pecho tostado, salvaje y desnudo.


Hermano,
que yo te saludo
bajo las estrellas del cielo africano.