Habían pasado ya muchos años desde que se hizo a la mar. Muchos años desde que comenzó el camino. Pero tras tantos años todo seguía igual. Más cansado pero igual de perdido. Perdido en un mar inmenso del que se sentía dueño dentro de su cascaron.
El recuerdo de las sirenas, de las musas, de la campesina seguían con el durante las noches. Pero al amanecer, volvía a ver, algunas veces, la estrella. El camino que le hacía continuar y marcaba su rumbo. Siempre más allá, siempre al horizonte.
Aun así, estaba perdido. Pero que más da estar perdido, si sabes a donde quieres ir y disfrutas del viaje. Por eso dentro de la melancolía del mar, de las estrellas y la noche. El era feliz.