sábado, noviembre 25, 2006

Qué tarde es ya, qué tarde es siempre

Qué tarde es ya,
qué tarde es siempre
con Madrid y sus luces allá a lo lejos
con las tascas y bares medio cerrados
y los cines abiertos

De madrugada solo estan los que buscan compañia
los que no tienen nadie, no tienen nada
y en mi rumbo perdido
yo solo pienso que...

Supongo que estará
tapandote la cara.
Supogo que estará
recorriendote la espalda.
Supongo
no lo sé
que no piensas en mi.
Maravilla de mujer
que no diera por saber...


Debería de darme igual,
¿debería de darme igual?,
¡debería de darme igual!.


Qué pronto es ya,
qué pronto es siempre.

La luz de la alborada
pasos cansinos
la resaca de un sueño
de pensamientos los bolsillos repletos.
De poesía yo te sigo buscando
deseperado si no te tengo toda
no tengo nada
y en mi rumbo perdido
yo solo pienso que...


Supongo que estará
tapandote la cara.
Supogo que estará
recorriendote la espalda.
Supongo
no lo sé
que no piensas en mi.
Maravilla de mujer
que no diera por saber...


Debería de darme igual,
¿debería de darme igual?,
¡debería de darme igual!.

Qué cerca tu,
qué cerca siempre
agonia sin duda
se desmorona
la palabra prohibida
quedó en mi boca
el abrazo furtivo
me enredado y
después de mi cara confundida
solo queda el desorden de tu mirda, de tu risa y tu llanto.
No quiero niña más.


Supongo que estará
tapandote la cara.
Supogo que estará
recorriendote la espalda.
Supongo
no lo sé
que no piensas en mi.
Maravilla de mujer.

Supongo que estará
tapandote la cara.
Supogo que estará
recorriendote la espalda.
Supongo
no lo se
que no piensas en mi.
Maravilla de mujer
que no diera por saber...

Debería de darme igual

Qué cerca tu,
qué cerca siempre.

debería de darme igual,

Qué pronto es ya,
qué pronto es siempre.

debería de darme igual.

Qué lejos tu,
qué lejos siempre.

¡¡¡debería de darme igual!!!

Romance

A la muerte de Sid Abselán Ben
Mohamed Mohán, tejedor de
mantas y contrabandista.


Por el horizonte negro
cuatro leones gigantes
rompen rugidos de lástima
en las espaldas del aire.

Por el horizonte negro
cuatro melenas brillantes
sudan lágrimas de acero,
cuatro rigidos ciriales
iluminando el silencio
distancias horizontales.

El Africa está callada.
En el desierto, un cadáver.
Cuatro leones inmóviles
la fúnebre escolta hacen.
.............................................
.............................................

La luna se está bañando
en la espuma de los mares.

Cuatro luceros del éter
como fantasmas le salen.

La luna estaba creciente,
de pronto queda menguente.
...................................................


Por el horizonte negro
de negra crin azabache
el féretro lo conducen
cuatro leones gigantes.


Pronuncian sobre la arena
pisadas inapreciables.
como si calzaran cuatro
pedazos de su turbante.


La arena, casi de miedo,
tras de sus pasos se abre.
...............................................


Por el horizonte negro
susurran como comadres
cuatro anacoretas viejos
con cuatro pardos sayales.


En el silencio murmuran
los collados formidables,
haciendo presa en sus cimas
la negra faz del instante.


Que cuatro buitres nocturnos
sus rígidas alas baten.
...................................................


Por el piélago de arena
la luna riela menguante.
Gime en sus olas el viento.
Por el viento va el cadáver.


Yo oculté mi sentimiento
en las bolsas lacrimales.
................................................

En medio de la llanura
se apagaron los ciriales;
luna y estrellas se fueron
con los leones cobardes,
quedándome frente a frente
con el esqueleto árabe.


-Yo te lo juuro por ti,
hijo del Abencerraje,
que he de soñar cuatro noches
con cuatro chorros de sangre
hasta verla coagulada
al filo de mis puñales.


-Sidi Cayo, por Al-láh
te juro que no es en balde;
que me esperan cuatro huries
en las orillas del Káuter
y he soñado cuatro noches
con ofrecerles sangre
que en mi venganza coagules
al filo de tus puñales.
..................................................


Por el desierto rifeño
sigue el cortejo al cadáver
la marcha la van abriendo
cuatro leones gigantes...

viernes, noviembre 24, 2006

La peregrina

Habían pasado ya varios dias, y la andeana había dejado sus que haceres y ahora hacia el camino con él. Él no se lo había pedido, pero estaba allí a su lado, rozandole la mano, mirandole de manera lasciba y cariñosa alternativamente.

Él se preguntaba por qué estaba ella allí, acompañandole en el camino durante tantos dias. Su compañia era agradable y su calor en la noche dulce manjar al que era dificil resistirse. Era extraño porque la campesina viajera parecia leerle la mente en muchas ocasiones, pero aun apesar de su indiferencia ella continuaba cogiendole la mano.

Había deseado muchas veces tener compañía en el camino, pero nunca había encontrado nadie que fuera en su dirección. Sus musas eran su única compañia, las que le hacian caricias en la noche, las que despeinaban en la madrugada, eran perfectas pero frias. Ella no.

Él no la amaba, pero su sortilegio hacía que no pudiera separarse de ella. Era algo que le castigaba a cada paso juntos, sus ojos no brillaban como los de ella, ¿por qué ella seguía a su lado?.

No hablaban, no hacía falta. Las miradas lo decian todo. Las palabras solo eran una gota en un mar de miradas. Cuando él sentía frio, la miraba intensamente a los ojos de ella e inmediatamente ella con una sonrisa pícara sabía lo que tenia que hacer para cambiar eso.


Ahora después de tantos años ya sabía porqué ella estuvo allí. Ella sabía que su resistencia era inutil, y que el veneno ya estaba dentro, solo era cuestión de tiempo y alguna que otra dosis más hasta que el corazón dejase de latir de manera autónoma. Entonces sería suyo para lo que quisiera, tendría un agradable juguete. Y él no se daría cuenta hasta que ya fuera demasiado tarde.

Ahora en la mar no pensaba mucho en aquella compañera del camino. Solo cuando el viento arreciaba con gelido aliento y se sentía frío y solo en el puente dirigiendo la nave. Había muchos tesoros, tantos como estrellas, pero solo merecía la pena buscar aquellas estrellas brillantes que estanban en el horizonte. Quizás algún día le devolverían el calor perdido y marcasen un nuevo rumbo. Rumbo allí, donde él no podia llegar.

domingo, noviembre 19, 2006

La caja de música

Era una cajita de madera noble, apenas adornada escondía en su interior un tesoro de valor incalculable. La caja se aburría en la estantería de la tienda. Y es que no destacaba mucho dentro de aquella gran tienda de antigüedades llena de curiosidades, cachivaches inservibles la mayoría.

Una tarde de otoño, una niña abría sigilosamente en la tienda, como si no quisiera despertar a todos aquellos objetos que dormían profundamente arropados por su manto de polvo. Poco a poco la puerta se iba abriendo e iba divisando nuevos tesoros, una mecedora como la de la abuela de Blanca nieves, unos zuecos, en el fondo una rueca como la de la bella durmiente, un viejo aspirador que habría jurado haber visto alguna vez usar a Samanta, unas bicis oxidadas.... Su padre le había contado que allí se guardaban todos los objetos que salían en los cuentos.

Su ojos se abrían cada vez más mientras terminaba de abrir la pesada puerta, los abría tanto que parecía que en vez de ojos usase gafas. Entonces la puerta chocó con el carillón que avisaba al tendero de que alguien entraba y Cliklines sonaban sobre su cabeza.

Asustada salio corriendo fuera de la tienda, casi sin mirar atrás, salvo ... en el último momento, cuando jadeante pasó la última esquina.

Pasaron dos días hasta que se atrevió a volver por allí, esta vez miro muy detenidamente a través del escaparate, entre el bosque de redes y cañas de pescar que se interponían visualmente entre ella y la puerta.

Agarro el pomo con firmeza. Cuidadosamente lo giraba y de nuevo comenzó a empujar la pesada puerta. Ahora, en vez de fijarse en las maravillas que había en el interior de la tienda, tenía la mirada puesta en lo alto, fijándose de que en esta ocasión la puerta no chocara con las campanillas.

Contuvo la respiración y paso su pequeño cuerpo por la abertura que quedaba antes de que la puerta provocase el estruendo. Ya dentro volvió a cerrar la puerta tan sigilosamente como pudo.

Aquello era impresionante, había todo tipo de cosas, instrumentos de música, espadas oxidadas, muebles llenos de curvas, nada parecido a sus rectos armarios. Quería llevarse algo de allí, ella también quería su propio cuento, pero había tantas y tantas cosas que no sabía que elegir.

En el altillo de la librería del fondo había un sombrero con una pluma, esta alto pero... quizás trepando por la librería... Se subió a una silla que había junto a la librería, de ahí al aparador y... casi, pero no. No llegaba. Al bajar del aparador se dio cuenta de que casi había pisado sin querer una polvorienta cajita. Bajo y la cogió.

Tenía muchísimo polvo, al asirla sus manos se volvieron grises y al soplar para quitarle el polvo una nube la impidió ver durante varios segundos.

No mejoró mucho el aspecto de la cajita, por lo que empezó a pasear por la tienda buscando algo con que limpiarla hasta que encontró unos pañuelos bordados. Con cariño fue limpiando la caja y lo que parecía una simple caja empezó a revelar unas preciosas incrustaciones de madera que formaban la imagen de una torre junto al mar, contra la que rompían las olas.

Algo en su interior la decía que no debía abrir la caja, pero era tan bonita, tan delicada que no podía resistirse. Estaba segura que dentro encontraría una perla, un cabello, un mapa. No sabía que había dentro pero estaba segura que de la traería alguna aventura.

Puso la caja sobre su mano izquierda y comenzó abrirla con la derecha... Tal era su ansia que la abrió de golpe y dos sílabas escaparon de la caja. Dos sonidos que despertaron cada uno de los dormidos objetos que allí se encontraban y más aun al tendero que empezó a gritar, "¡Quien va!".

Pero la pequeña niña ya había cerrado la caja y abierto la puerta con el consiguiente estruendo cuando oyó aquellos gritos. Corrió y corrió, esta vez sin mirar atrás.

Llegó a la puerta del jardín de su casa, allí se detuvo un momento a pensar, que en su casa no podría tampoco oír lo que aquella cajita contenía sin que la escucharan. ¿Cual podía ser un buen lugar para escuchar aquello?

Miró la caja y su dibujo la dio una idea. Una torre junto al mar... ¡el faro!, allí rompían las olas y azotaba el viento, nadie la oiría.

Ando durante más de una hora hasta el espolón, y allí abrió la caja. Una bella canción se sonaba en las entrañas de la caja de música. No tenía mecanismo, y parecía que la pequeña cajita no tuviese fondo. Era un pequeño agujero del que salía una leve brisa y una suave canción.

Entonces se abrió la puerta del Faro. Nunca había estado arriba y pensó que sería un lugar fantástico para oír a solas la melodía. Comenzó a subir por aquellas escaleras interminables con la caja en sus manos. Pensando, deseando conocer a quien tan bella voz tenia, quizás arriba, en la lámpara de ese viejo y abandonado faro pueda escuchar mejor la canción. Una voz, sin duda de cuento... que cuento sería aquel, ella no lo había leído.

Siguió subiendo paso a paso, mirando de vez en cuando por los ventanucos por los que podía ver como el Sol iba a ponerse en poco tiempo.

Siguió subiendo, pero empezaba a estar algo mareada, era como si el faro se moviera.

Al fin vio la trampilla que daba a la sala de la lámpara. La escalera estaba oscura y solo se distinguía puerta por los últimos rayos de sol que se filtraban de manera difusa por la misma. Abrió de golpe la trampilla y al salir un reflejo en la lente del faro la cegó por un momento y tropezó dejando caer la caja.

Que golpetazo se dio en la cabeza, quedó inconsciente. Al rato se despertó. Todo parecía extraño, todo menos el Sol, que se encotraba en el mismo lugar.

Ahora tenía unas grandes manos y llevaba un curioso vestido, pero lo que más le extrañó es que no veía su caja de música. Se incorporó y ahora que levantaba la vista no podía reconocer nada de lo que veía. Las seguían siendo blancas las paredes pero un blanco nacarado, y ya no había rastro de la lente del faro. En vez de aquello había un balcón en frente suya. Se incorporó y comenzó andar hacia el balcón. Al salir pudo ver que ya no se encontraba en un vulgar faro, sino en una torre de marfil y plata junto al mar.

¿Qué hacía ella allí?, ¿qué había pasado?. Penso en la canción, en ella tenía que estar la respuesta a tanto misterio. Empezó a cantar lo poco que había retenido de aquella canción, de aquella melodia de la brisa marina. Entonces.... todo cobró sentido.

Suya era la voz que cantaba, y suyo era el cuento al que pertenecía la caja. Quién sabe como acabaría, no la importaba porque se había cumplido su deseo. Ya era protagonista de su propio cuento.

martes, noviembre 14, 2006

Los Jinetes de la Muerte

Reventando las entrañas
de los piélagos de arena, el llano inerte,
han trotado como fieras alimañas
los Jinetes de la Muerte
execrados de los pliegues de las áridas montañas.


Como abortos del infierno han perseguido
la distancia horizontal y divisoria
de la tierra y de los cielos, y al aullido
colosal de sus gargantas, han sentido
relinchar a sus caballos las canciones de victoria.


Cual diabólico huracán temible y fuerte,
han pasado los Jinetes de la Muerte
por los vastos horizontes, y ante el brillo
singular de la gumía, las sedientas cimitarras,
se ha cegado todo el Rif...
...cunado el cuchillo
desmembraba los cadáveres en arras
y tributos por el mísero Llano Amarillo.


Satisfechos y saciados
de su ánimo violento,
como espectros dislocados
los corceles desbocados
han violado en un momento
los dominios de la luz, el sol y el viento;
y con gestos de crueldad terrible y loca,
al hambriento redoblar de los timbales
han frenado los jinetes fantasmales,
entonando, al estallar las maldiciones en su boca,
las estrofas de sus himnos inmortales.


Un segundo no ha bastado.
se contemplan, sonriéndole a su arrojo
con frución espeluznante, el rostro untado
con la muerte y con lo negro, con la sangre y con lo rojo.


Y al tronar con estridencia un nuevo grito,
los jinetes del averno se preparan
agarrados a las crines de sus potros; los espuelan,
y en la triste desnudez del infinito
llano inmenso, los feroces al ciclón violento paran,
y arrancándole de cuajo sus dos alas, corren ... vuelan...


Van dispuestos a salvar los arreboler
persuadidos de que es sangre el color rojo,
y con saña, con pasión odio y enojo
desangrar en los espacios a los soles...


Al crepúsculo maldicen, cruzan llanos, suben montes,
y en el último collado,
con el músculo cansado,
casi ciegos de furor miran los nuevos horizontes,
al ignoto más allá, hética suerte
reservada en el espacio dilatado
a los tétricos Jinetes de la Muerte.


Con soberbia y con violencia
se deshacen maldiciendo su impotencia,
muerden rabia en un instante
juramentan destrozar la tierra árida africana...
... cuando Al-láh, por el espacio emocionante.
constelando mil luceros en celeste caravana,
deja libre - plata azul - la rutilante
media luna musulmana.

Y el espíritu salvaje del rifeño
queda inmóvil, blando, inerte.
Con la brisa, el Paraíso del ensueño
llega en pos de los Jinetes de la Muerte.

lunes, noviembre 13, 2006

Tras el Huracán

Ya había pasado el peligro, sin embargo el capitán seguía en el castillo de proa, solo. Tan solo quedaban en el barco el vigía y algunos juguetones delfines que acompañaban al navío.



Podía ver se el camino a la luna iluminado en el mar.



El capitán seguía con la mirada en su barco, oyendo, escuchando, sintiendo. Miraba al vació con una leve sonrisa al principio con una leve mueca al final. Ahora sabía algo, por fin había llegado el esperado día. Lo había visto desde la distancia de los años. Sabía que algún día llegaría si bien nunca pensó cuanta de su sangre tendría que derramar para llegar a verlo. Quizás nadie puede comprender como la madera puede echar raíces en los hombres.



Los veía trabajar como piezas de un reloj, volar como una bandada de jóvenes aves surcando el cielo en formación aprovechando cada ráfaga de viento, unidos contra el ataque del halcón. Alternándose con una dulce parsimonia a la cabeza de la formación.

Ellos cuidarían bien de su barco. Se habían enfrentado a un temible huracán, le pareció el huracán más dulce que jamás había atravesado.



Los Huracanes siempre eran peligrosos y bellos. Esta vez desde su castillo había podido contemplar pasivamente la lucha del barco y tripulación contra las olas, las quebradas figuras que dibujaban los rayos y finalmente el ansiado fuego de San Telmo. Esta vez tan solo una mirada a un cabo suelto fue necesaria por su parte para ayudar a su tripulación a capear el temporal.



Ya no era su barco, las golondrinas lo conocían y manejaban mejor que él mismo.

Sabía que algún día dejaría ese barco, quizás antes de lo que él mismo imaginaba, pero estaba tranquilo. Su espíritu estaría con esas maderas durante años, aunque no él no estuviera presente.



Su tripulación estaba contenta con los tesoros conseguidos, más el tesoro que él perseguía no podía guardarse en las bodegas. Entonces miraba al cielo y contemplaba los infinitos diamantes que adornaban la noche. Él estaba tristemente feliz, sabía que su felicidad era fruto de la calma tras la tormenta, por que él era feliz con esa vida, luchando contra las tormentas, amándolas buscándolas, domándolas o siendo domado por ellas. Pero no podía dejar de buscar, tenía que ir más allá, a donde se encontraba La Estrella.

Siempre que veía su fantasma en el horizonte se le escapaba, estaba empezando a convencerse que con su amado barco nunca la alcanzaría, pero aún no había llegado el momento de cambiar de barco. Quién sabe cuando llegaría ese momento. Ese día se levantaría por la mañana y lo sabría.

miércoles, noviembre 08, 2006

El rugir de la Tormenta

Ya se oyen los truenos, aunque aun no llueve. El mar esta picado. Todo el mundo anda en cubierta poniendo a punto en buque para pasar otro huracán. Se esta haciendo de noche y es difícil seguir el rumbo. Las linternas se apagan con el agua de las olas y difícil comunicar las ordenes con el rugir del viento.

La cueva, el refugio, aquí no hay donde esconderse. No como entonces....

El verano estaba acabando y nubes negras se divisaban en el horizonte, pero el camino estaba siendo más agradable que de costumbre. Una lugareña le estaba acompañando este tramo y la conversación era agradable, tanto que sin pensar donde les llevaban sus paso se acercaban poco a poco a la tormenta.

Al principio suaves gotas resbalaban por sus capas y sombreros de paja, pero al rato grandes pedriscos caían del cielo. Ella al momento le rozo la mano, le guiño un ojo y desapareció tras el rayo.

Desconcertado no sabía donde ir ni que había pasado con aquella mujer. Sus ojos se fijaron en otro lugar en el que el rayo habían tocado tierra. Parecía que en medio del acantilado. Salió corriendo dejando atrás su bordón hacia la cueva que allí se hallaba.

Al llegar le pareció ver y oír algo en su interior, un resplandor extraño como nos ojos y una voz. A oscuras fue dando pasos en la cueva. Al principio podía caminar erguido pero poco a poco tenía que ir agachándose. Era una cueva enorme, o al menos eso le parecía por el eco de los truenos.

Poco a poco el sonido de los truenos dejo de oírse para pasar al más absoluto silencio.

Era extraño porque a pesar de que estaba en la más absoluta oscuridad podía andar por esa caverna como si del mismo vientre materno se tratara. A ondando paso a paso en las entrañas de la cueva. Danzaba en la oscuridad siguiendo las extrañas e inconscientes instrucciones del silencio.



Entonces resbaló. Cayó varios metros por una especie de tobogán hasta que se freno suavemente al llegar a la horizontal. En aquel silencio, en aquella oscuridad sin estrellas sintió un aliento calido. Noto un cuerpo junto al suyo, un cuerpo desnudo, dormido. Estaba asustado, temblaba pero el calor del cuerpo le atraía y suavemente entro en trance.

Un sueño, fuera de si mismo pensaba: no puede ser real, nadie entra y cruza un gruta a oscuras, todo esto tiene que ser un sortilegio.¿Quien es la que yace a mi lado?, ¿será la aldeana que apenas conocía? Pero, como habrá llegado aquí,¡¡¿como he llegado yo aquí?!! Parece su aroma.... si al menos...pudiera...pudiera...


Antes de que terminara su pensamiento, su deseo, una suave caricia salio de los labios de ella hacia los suyos.

El respiraba su alma, el tacto de sus labios con los suyos. Ella estaba apoderándose de él, estaba adentrándose en su ser, estaban trabados uno junto al otro enroscados. Cada respiración era la del otro, el tiempo se había detenido, su cuerpo ya no era suyo. Ella lo controlaba, sus labios pegados, su lengua dictaba las ordenes. Ordenes sin palabras. Aire compartido, calor compartido.

Cuando ella le había por fin transmitido todo su aliento dejo escapar sus labios.

¿Qué era aquello maravilloso que le había hecho esa mujer? Una orden, y él se dispuso a cumplirla. Las puntas de sus dedos recorrían suavemente los salientes, curvas, valles y collados de la topografía de su compañera de oscuridad.

Delicioso paseo por la suavidad del desierto calido de su vientre, rico manantial de su boca, dulce y salado rió de sangre en su cuello. Intrigantes cortados en sus afiladas manos.

Suave exploración que hacia que su corazón latiera cada vez más rápido. Notaba que la tormenta ya no estaba fuera, estaba en su interior. Era como si los vapores respirados de su compañera estuvieran condensando en su adentros. Aire, sentía que era un vendaval recorriendo las sierras, colinas y bosques. Sentía penetrar por cada cueva de aquellas montañas. Sentía estremecerse la tierra.


Sus labios era la lluvia que humedecía su boca, su pechos y colinas. Unas veces fuerte aguacero otras leve chirimiri. Sus manos vendaval que recorría con ahínco su cuerpo, acariciándolo, buscando. Buscando cumplir las órdenes, buscando la cueva.

Entonces súbitamente la tormenta descargó, todo el bosque, la cueva, todo se vio inundado por la lluvia y el huracán. La tierra se estremecía, estaba volviendo a su ser, sus vapores entraban de nuevo en ella y con una suave gesto calmó la tormenta.

Entonces solo quedó la oscuridad y su calor.



Cuando abrió lo ojos estaba solo, pensando que aquello efectivamente no había sido real. Sin embargo, esta en la entrada de la gruta y no en sus entrañas. La gruta no era producto de su imaginación. Al poco rato por la entrada de la gruta entraba la lugareña, con un brillo especial en los ojos, algo que no tenia el día anterior y una sonrisa picara. Traía el desayuno. Y con un ligero beso en los labios y un guiño le dio a entender que ella era la que le había robado el alma la noche anterior.



Sin abrir la boca, ni pronunciar una palabra, hablando en silencio, los dos continuaron el camino.

Al bajar de la gruta, recogió su olvidado bordón y juntos prosiguieron el camino.



Ahora la tormenta estaba ya aquí. Y en este inmenso mar no había cuevas o refugios, ni compañeras en el camino. Tan solo las musas le acompañaban y sus tripulación.

Antes de que las nubes de tormenta cubrieran todo el cielo, le había parecido ver La estrella, justo después de desaparecer el Sol. Allí, en el horizonte. Pero... ya era tarde y ya la había divisado otras veces en vano. Ahora solo quedaba enfrentarse a la tormenta y olvidar antiguas aventuras en tierra. Lo peor era saber, que aquello no fue un sueño.

martes, noviembre 07, 2006

El Rif

Hay un silencio indígena y rifeño,
salvaje y sanguinario en la llanura.
En un vaso de arcilla el moro apura
su té, fumando kif, frunciendo el ceño.


Al-láh en la media luna de ensueño
contempla la mirada vaga, oscura,
del moro del desierto, una escultura
estática del hombre berroqueño.


De súbito, el león pronuncia fuerte
rugido espeluznate, y la perfidia
renace con la víbora africana.


Entonces los Jinetes de la Muerte
desbocan sus caballos de Numidia
blandiendo la gumía musumana.


En gritos el silencio al aire arrulla,
y el robo, muerte y sangre tiñen grana
las arenas del Kert y del Muluya.