Hay un silencio indígena y rifeño,
salvaje y sanguinario en la llanura.
En un vaso de arcilla el moro apura
su té, fumando kif, frunciendo el ceño.
Al-láh en la media luna de ensueño
contempla la mirada vaga, oscura,
del moro del desierto, una escultura
estática del hombre berroqueño.
De súbito, el león pronuncia fuerte
rugido espeluznate, y la perfidia
renace con la víbora africana.
Entonces los Jinetes de la Muerte
desbocan sus caballos de Numidia
blandiendo la gumía musumana.
En gritos el silencio al aire arrulla,
y el robo, muerte y sangre tiñen grana
las arenas del Kert y del Muluya.
martes, noviembre 07, 2006
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario