miércoles, noviembre 08, 2006

El rugir de la Tormenta

Ya se oyen los truenos, aunque aun no llueve. El mar esta picado. Todo el mundo anda en cubierta poniendo a punto en buque para pasar otro huracán. Se esta haciendo de noche y es difícil seguir el rumbo. Las linternas se apagan con el agua de las olas y difícil comunicar las ordenes con el rugir del viento.

La cueva, el refugio, aquí no hay donde esconderse. No como entonces....

El verano estaba acabando y nubes negras se divisaban en el horizonte, pero el camino estaba siendo más agradable que de costumbre. Una lugareña le estaba acompañando este tramo y la conversación era agradable, tanto que sin pensar donde les llevaban sus paso se acercaban poco a poco a la tormenta.

Al principio suaves gotas resbalaban por sus capas y sombreros de paja, pero al rato grandes pedriscos caían del cielo. Ella al momento le rozo la mano, le guiño un ojo y desapareció tras el rayo.

Desconcertado no sabía donde ir ni que había pasado con aquella mujer. Sus ojos se fijaron en otro lugar en el que el rayo habían tocado tierra. Parecía que en medio del acantilado. Salió corriendo dejando atrás su bordón hacia la cueva que allí se hallaba.

Al llegar le pareció ver y oír algo en su interior, un resplandor extraño como nos ojos y una voz. A oscuras fue dando pasos en la cueva. Al principio podía caminar erguido pero poco a poco tenía que ir agachándose. Era una cueva enorme, o al menos eso le parecía por el eco de los truenos.

Poco a poco el sonido de los truenos dejo de oírse para pasar al más absoluto silencio.

Era extraño porque a pesar de que estaba en la más absoluta oscuridad podía andar por esa caverna como si del mismo vientre materno se tratara. A ondando paso a paso en las entrañas de la cueva. Danzaba en la oscuridad siguiendo las extrañas e inconscientes instrucciones del silencio.



Entonces resbaló. Cayó varios metros por una especie de tobogán hasta que se freno suavemente al llegar a la horizontal. En aquel silencio, en aquella oscuridad sin estrellas sintió un aliento calido. Noto un cuerpo junto al suyo, un cuerpo desnudo, dormido. Estaba asustado, temblaba pero el calor del cuerpo le atraía y suavemente entro en trance.

Un sueño, fuera de si mismo pensaba: no puede ser real, nadie entra y cruza un gruta a oscuras, todo esto tiene que ser un sortilegio.¿Quien es la que yace a mi lado?, ¿será la aldeana que apenas conocía? Pero, como habrá llegado aquí,¡¡¿como he llegado yo aquí?!! Parece su aroma.... si al menos...pudiera...pudiera...


Antes de que terminara su pensamiento, su deseo, una suave caricia salio de los labios de ella hacia los suyos.

El respiraba su alma, el tacto de sus labios con los suyos. Ella estaba apoderándose de él, estaba adentrándose en su ser, estaban trabados uno junto al otro enroscados. Cada respiración era la del otro, el tiempo se había detenido, su cuerpo ya no era suyo. Ella lo controlaba, sus labios pegados, su lengua dictaba las ordenes. Ordenes sin palabras. Aire compartido, calor compartido.

Cuando ella le había por fin transmitido todo su aliento dejo escapar sus labios.

¿Qué era aquello maravilloso que le había hecho esa mujer? Una orden, y él se dispuso a cumplirla. Las puntas de sus dedos recorrían suavemente los salientes, curvas, valles y collados de la topografía de su compañera de oscuridad.

Delicioso paseo por la suavidad del desierto calido de su vientre, rico manantial de su boca, dulce y salado rió de sangre en su cuello. Intrigantes cortados en sus afiladas manos.

Suave exploración que hacia que su corazón latiera cada vez más rápido. Notaba que la tormenta ya no estaba fuera, estaba en su interior. Era como si los vapores respirados de su compañera estuvieran condensando en su adentros. Aire, sentía que era un vendaval recorriendo las sierras, colinas y bosques. Sentía penetrar por cada cueva de aquellas montañas. Sentía estremecerse la tierra.


Sus labios era la lluvia que humedecía su boca, su pechos y colinas. Unas veces fuerte aguacero otras leve chirimiri. Sus manos vendaval que recorría con ahínco su cuerpo, acariciándolo, buscando. Buscando cumplir las órdenes, buscando la cueva.

Entonces súbitamente la tormenta descargó, todo el bosque, la cueva, todo se vio inundado por la lluvia y el huracán. La tierra se estremecía, estaba volviendo a su ser, sus vapores entraban de nuevo en ella y con una suave gesto calmó la tormenta.

Entonces solo quedó la oscuridad y su calor.



Cuando abrió lo ojos estaba solo, pensando que aquello efectivamente no había sido real. Sin embargo, esta en la entrada de la gruta y no en sus entrañas. La gruta no era producto de su imaginación. Al poco rato por la entrada de la gruta entraba la lugareña, con un brillo especial en los ojos, algo que no tenia el día anterior y una sonrisa picara. Traía el desayuno. Y con un ligero beso en los labios y un guiño le dio a entender que ella era la que le había robado el alma la noche anterior.



Sin abrir la boca, ni pronunciar una palabra, hablando en silencio, los dos continuaron el camino.

Al bajar de la gruta, recogió su olvidado bordón y juntos prosiguieron el camino.



Ahora la tormenta estaba ya aquí. Y en este inmenso mar no había cuevas o refugios, ni compañeras en el camino. Tan solo las musas le acompañaban y sus tripulación.

Antes de que las nubes de tormenta cubrieran todo el cielo, le había parecido ver La estrella, justo después de desaparecer el Sol. Allí, en el horizonte. Pero... ya era tarde y ya la había divisado otras veces en vano. Ahora solo quedaba enfrentarse a la tormenta y olvidar antiguas aventuras en tierra. Lo peor era saber, que aquello no fue un sueño.

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