lunes, noviembre 13, 2006

Tras el Huracán

Ya había pasado el peligro, sin embargo el capitán seguía en el castillo de proa, solo. Tan solo quedaban en el barco el vigía y algunos juguetones delfines que acompañaban al navío.



Podía ver se el camino a la luna iluminado en el mar.



El capitán seguía con la mirada en su barco, oyendo, escuchando, sintiendo. Miraba al vació con una leve sonrisa al principio con una leve mueca al final. Ahora sabía algo, por fin había llegado el esperado día. Lo había visto desde la distancia de los años. Sabía que algún día llegaría si bien nunca pensó cuanta de su sangre tendría que derramar para llegar a verlo. Quizás nadie puede comprender como la madera puede echar raíces en los hombres.



Los veía trabajar como piezas de un reloj, volar como una bandada de jóvenes aves surcando el cielo en formación aprovechando cada ráfaga de viento, unidos contra el ataque del halcón. Alternándose con una dulce parsimonia a la cabeza de la formación.

Ellos cuidarían bien de su barco. Se habían enfrentado a un temible huracán, le pareció el huracán más dulce que jamás había atravesado.



Los Huracanes siempre eran peligrosos y bellos. Esta vez desde su castillo había podido contemplar pasivamente la lucha del barco y tripulación contra las olas, las quebradas figuras que dibujaban los rayos y finalmente el ansiado fuego de San Telmo. Esta vez tan solo una mirada a un cabo suelto fue necesaria por su parte para ayudar a su tripulación a capear el temporal.



Ya no era su barco, las golondrinas lo conocían y manejaban mejor que él mismo.

Sabía que algún día dejaría ese barco, quizás antes de lo que él mismo imaginaba, pero estaba tranquilo. Su espíritu estaría con esas maderas durante años, aunque no él no estuviera presente.



Su tripulación estaba contenta con los tesoros conseguidos, más el tesoro que él perseguía no podía guardarse en las bodegas. Entonces miraba al cielo y contemplaba los infinitos diamantes que adornaban la noche. Él estaba tristemente feliz, sabía que su felicidad era fruto de la calma tras la tormenta, por que él era feliz con esa vida, luchando contra las tormentas, amándolas buscándolas, domándolas o siendo domado por ellas. Pero no podía dejar de buscar, tenía que ir más allá, a donde se encontraba La Estrella.

Siempre que veía su fantasma en el horizonte se le escapaba, estaba empezando a convencerse que con su amado barco nunca la alcanzaría, pero aún no había llegado el momento de cambiar de barco. Quién sabe cuando llegaría ese momento. Ese día se levantaría por la mañana y lo sabría.

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