con la mano extendida. una limosna.
Se morirían de pena, tristemente,
los pájaros que anidan en mi pecho
calentados por la broza del latido.
No es orgullo, no
que no quiera implorar
con la mano extendida una limosna.
Es mantener enhiesta la ilusión
de que es real la irrealidad constante de mi vida.
Si pidiera
con la mano extendida una limosna,
tu corazón no podría dar más de lo que tiene,
y lo que tiene es tan poco , que no basta para ti.
Entonces los caminos
que ven todos los días de mi un poco,
angostarían sus linderos demacrados por el césped
cerrándose la ruta del eterno más allá;
y los pájaros que anidan en mi pecho
piarían canciones de tristeza y no de amor,
ateridos por la falta de un latido.
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Yo no quiero implorar.
Sería perder la juventud del alma,
y mi alma, aunque dolida, ha de ser joven
hasta entrar valientemente en la extinción.
Y mi alma, aunque dolida, ha de ser joven,
para amar a los crepúsculos eternos
y adorar la vida inmensa de los pájaros
que anidaron en mi pecho y en los bosques
amparados en la eterna juventud.
Yo no quiero implorar,
porque sé que el alma joven es fecunda y generosa
y amamanta al hijo nuevo con la leche de sus pechos.
Yo no quiero implorar
con la mano extendida una limosna.
Sería una acción innoble,
y el alma todavía
podrá sentir el roce más noble el dolor....
...Aún siento el aleteo
de los pájaros que anidan en mi pecho
calentados por la broza del latido.
de los pájaros que anidan en mi pecho
calentados por la broza del latido.
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