Una tarde de otoño, una niña abría sigilosamente en la tienda, como si no quisiera despertar a todos aquellos objetos que dormían profundamente arropados por su manto de polvo. Poco a poco la puerta se iba abriendo e iba divisando nuevos tesoros, una mecedora como la de la abuela de Blanca nieves, unos zuecos, en el fondo una rueca como la de la bella durmiente, un viejo aspirador que habría jurado haber visto alguna vez usar a Samanta, unas bicis oxidadas.... Su padre le había contado que allí se guardaban todos los objetos que salían en los cuentos.
Su ojos se abrían cada vez más mientras terminaba de abrir la pesada puerta, los abría tanto que parecía que en vez de ojos usase gafas. Entonces la puerta chocó con el carillón que avisaba al tendero de que alguien entraba y Cliklines sonaban sobre su cabeza.
Asustada salio corriendo fuera de la tienda, casi sin mirar atrás, salvo ... en el último momento, cuando jadeante pasó la última esquina.
Pasaron dos días hasta que se atrevió a volver por allí, esta vez miro muy detenidamente a través del escaparate, entre el bosque de redes y cañas de pescar que se interponían visualmente entre ella y la puerta.
Agarro el pomo con firmeza. Cuidadosamente lo giraba y de nuevo comenzó a empujar la pesada puerta. Ahora, en vez de fijarse en las maravillas que había en el interior de la tienda, tenía la mirada puesta en lo alto, fijándose de que en esta ocasión la puerta no chocara con las campanillas.
Contuvo la respiración y paso su pequeño cuerpo por la abertura que quedaba antes de que la puerta provocase el estruendo. Ya dentro volvió a cerrar la puerta tan sigilosamente como pudo.
Aquello era impresionante, había todo tipo de cosas, instrumentos de música, espadas oxidadas, muebles llenos de curvas, nada parecido a sus rectos armarios. Quería llevarse algo de allí, ella también quería su propio cuento, pero había tantas y tantas cosas que no sabía que elegir.
En el altillo de la librería del fondo había un sombrero con una pluma, esta alto pero... quizás trepando por
Tenía muchísimo polvo, al asirla sus manos se volvieron grises y al soplar para quitarle el polvo una nube la impidió ver durante varios segundos.
No mejoró mucho el aspecto de la cajita, por lo que empezó a pasear por la tienda buscando algo con que limpiarla hasta que encontró unos pañuelos bordados. Con cariño fue limpiando la caja y lo que parecía una simple caja empezó a revelar unas preciosas incrustaciones de madera que formaban la imagen de una torre junto al mar, contra la que rompían las olas.
Algo en su interior la decía que no debía abrir la caja, pero era tan bonita, tan delicada que no podía resistirse. Estaba segura que dentro encontraría una perla, un cabello, un mapa. No sabía que había dentro pero estaba segura que de la traería alguna aventura.
Puso la caja sobre su mano izquierda y comenzó abrirla con
Pero la pequeña niña ya había cerrado la caja y abierto la puerta con el consiguiente estruendo cuando oyó aquellos gritos. Corrió y corrió, esta vez sin mirar atrás.
Llegó a la puerta del jardín de su casa, allí se detuvo un momento a pensar, que en su casa no podría tampoco oír lo que aquella cajita contenía sin que la escucharan. ¿Cual podía ser un buen lugar para escuchar aquello?
Miró la caja y su dibujo la dio una idea. Una torre junto al mar... ¡el faro!, allí rompían las olas y azotaba el viento, nadie la oiría.
Ando durante más de una hora hasta el espolón, y allí abrió
Entonces se abrió la puerta del Faro. Nunca había estado arriba y pensó que sería un lugar fantástico para oír a solas
Siguió subiendo paso a paso, mirando de vez en cuando por los ventanucos por los que podía ver como el Sol iba a ponerse en poco tiempo.
Siguió subiendo, pero empezaba a estar algo mareada, era como si el faro se moviera.
Al fin vio la trampilla que daba a la sala de
Que golpetazo se dio en la cabeza, quedó inconsciente. Al rato se despertó. Todo parecía extraño, todo menos el Sol, que se encotraba en el mismo lugar.
Ahora tenía unas grandes manos y llevaba un curioso vestido, pero lo que más le extrañó es que no veía su caja de música. Se incorporó y ahora que levantaba la vista no podía reconocer nada de lo que veía. Las seguían siendo blancas las paredes pero un blanco nacarado, y ya no había rastro de la lente del faro. En vez de aquello había un balcón en frente suya. Se incorporó y comenzó andar hacia el balcón. Al salir pudo ver que ya no se encontraba en un vulgar faro, sino en una torre de marfil y plata junto al mar.
¿Qué hacía ella allí?, ¿qué había pasado?. Penso en la canción, en ella tenía que estar la respuesta a tanto misterio. Empezó a cantar lo poco que había retenido de aquella canción, de aquella melodia de la brisa marina. Entonces.... todo cobró sentido.
Suya era la voz que cantaba, y suyo era el cuento al que pertenecía la caja. Quién sabe como acabaría, no la importaba porque se había cumplido su deseo. Ya era protagonista de su propio cuento.
3 comentarios:
Una vez yo fui un niño en una tienda de antigüedades. Yo sentí ese impulso irrefrenable.
No era una caja, sino un catalejo. Me serviría para mirar lejos...mirar...
Ahora soy yo. Y me dedico a buscar la verdad por donde esté.
El catalejo? mi vision. Mi cuento: mi vida.
Ese es el espiritu.
A veces sin darnos cuenta nos convertimos en los personajes de cuento que siempre quisimos ser.
Para conseguirlo solo hay que perseguir nuestros sueños.
es dificil a veces perseguir los sueños...
sobre todo cuando no se sabe si son realidad
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