El seguía caminado, estaba anocheciendo. Se podía ver a lo lejos su hogar, a casi dos jornadas de distancia. Divisaba aún el pico de la Almenara, al cual todavía llegaban los últimos rayos de sol de ese largo día de verano.
En breves horas por fin podría consultar su guía, su carta celeste y salirse del camino marcado para así intentar acercarse, al menos en espíritu un poco más al camino que le llevaba a donde nacen las estrellas.
Caminaba absorto, disfrutando de los últimos cánticos de las aves diurnas antes de que los murciélagos y búhos reclamasen su reino. Poco a poco las nubes rosas se hicieron rojas y finalmente azules, camufladas en los tonos marinos del cielo. Aún no podía divisar su carta, y parecía que por primer día tendría que dormir solo en el campo. La idea no le era grata, muchas veces había dormido solo, bueno sin compañía humana, cuando cuidaba el rebaño de su tío, pero, al menos tenia a las ovejas y al perro pastor. Nunca había dormido tan aislado. Solo, él y sus pensamientos. Qué daría el por tener a su lado al viejo Adive.
Más, se estaba acercando a un bosque, pronto tendría que seguir el rastro estelar entre las ramas de las hayas. El hayedo era grande largo y oscuro. A cada paso que daba la ramitas crujían, y todo el canto nocturno se de tenia. Aquel maravilloso canto nocturno. Él, que siempre había sido criatura nocturna contemplativa no sabia moverse entre las sombras si perturbar la paz del bosque.
Empezó a sudar, ¡sus pasos rompían la paz! él estaba destruyendo su noche perfecta su noche idílica tan solo por estar allí, el sobraba en aquel bosque. Se hizo un ovillo y en silencio, por dentro, sin pensar demasiado alto para intentar no romper la armonía del bosque. Pero, no, no, como podía ser, él... él hacía como si no estuviese allí, ¿por qué no volvía la noche?
Entonces vio los ojos de una loba y un lobo que lo observan, se acercaron mansos, y se acurrucaron junto a él. Al calor de sus cuerpos, el peregrino empezó a cerrar los ojos, y cuando la nana de los corazones de los lobos consiguieron que su alma se fundiese con la tierra en que yacía, y…. volvió a escuchar. No sabía si era sueño o realidad, pero volvía a oír al búho, el aleteo del murciélago...Ya soñando, otra vez se hizo el silencio y aterrado se despertó.
Ahí estaban los lobos aún a su lado, se despertaron, se alejaron tan sigilosamente como habían venido. Sin perturbar tan si quiera el vuelo de un mosquito. Entonces lo entendió. Eran sus pensamientos solo lo que perturbaba la noche, el no sentirse parte natural de ella. Los lobos, realmente se movían y perturbaban el bosque igual que él. Pero latían con el bosque, eran parte de él. Él ahora debía que se dejar sus pensamientos volar y disolverse en la noche.
Niebla. Olas, tormentas. Ahora no tenía esos problemas que tuvo en el bosque. Sabía que el mar no se podía dominar. Había que tomar las olas con la misma cadencia de tu respiración. Uno si quería vivir en el mar, tenia que ser parte del mar.
Cuando se es parte del mar no se puede perturbar el mar mismo. De nada sirve maldecir los vientos, las nieblas. Están ahí para quitarte o brindarte los tesoros ocultos del mundo. Solo hay que dejarse llevar, y soltar el timón cuando las fuerzas de la naturaleza así lo indican. Y saber ser uno con el mar.
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